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ISSN 1989-4163

NUMERO 79 - ENERO 2017

Dios Mío, ¿qué Estamos Haciendo?

Joaquín Lloréns

He de reconocer que siempre he sido bastante escéptico respecto a los «conspiranoicos», pero no puedo dejar de estar de acuerdo con los que hace años vienen lanzando apocalípticos mensajes respecto al control del Estado y las Megacorporaciones sobre nuestras vidas. En base a las nuevas tecnologías, la escusa de la seguridad e incluso, cínicamente, la justicia social, nos están acorralando sin que apenas nadie clame en serio contra ello. Parece que ahora los Gobiernos solo reaccionan ante la presión de los medios –descaradamente vendidos a grupos ideológicos o empresariales– y de las redes sociales –dominadas por grupos mucho más enmascarados pero, bajo mi punto de vista, igualmente manipuladas–.

La tecnología está resultando ser una punta de lanza cuya penetración en nuestra intimidad está logrando que el Estado y las grandes empresas tecnológicas sepan más de nosotros que nosotros mismos. Vivimos pegados al móvil, dando puntual información sobre todos nuestros pasos, literalmente. Nuestras posiciones físicas quedan grabadas –¿dónde? – por los GPS de localización. Nuestras conversaciones, incluso las que mantenemos de persona a persona cuando estamos junto al móvil, pueden ser grabadas y, de hecho, algunas lo son. Con autorización judicial, en base a sospechas policiales, o sin ella. Basta constatar cómo el Google Now responde a nuestras preguntas solo con hablar al móvil y decir «Google Now» para constatar que un servidor situado en cualquier parte del mundo nos está continuamente escuchando.

En cuanto a la escusa de la seguridad, no deja de tener su gracia la coletilla que siempre añaden los organismos oficiales que «nunca será completa». Es decir, os estamos espiando, estamos limitando vuestros movimientos y vuestra libertad con la escusa de que os queremos mantener a salvo de los terroristas y los criminales, pero en realidad no lo vamos a hacer porque es imposible. Y todos tan contentos. Y nadie protesta por ello. Como adormecidos y mansos corderos aplaudimos a nuestros políticos como si estuviéramos contemplando a un prestidigitador que hacer desaparecer nuestra libertad a cambio de humo.

Y por último, la justicia social. Tenemos que pagar impuestos para lograr la, tan cacareada, «justicia social». Y con la disculpa de que los ricos no pagan lo que deben, nos van introduciendo más y más controles en cada actividad económica en la que participamos. Desde la creación de una empresa y su actividad, hasta el simple hecho de comprar una fregona en el supermercado. Se amparan en el argumento de los ricos para justificar que esos controles se impongan a todos los ciudadanos. Con la ayuda de la informática, cada vez controlan más todas nuestras actividades. Ya tienen acceso a nuestros movimientos bancarios y ya suenan las trompetas avisando de que hay que eliminar el dinero físico con la escusa de que ahí está el dinero negro. Se olvidan con pasmosa hipocresía de que el montante principal del dinero negro generado por las mafias de la droga, la prostitución y las armas está bien escondido digitalmente en los bancos de los paraísos fiscales. El efectivo lo usan sobre todo los ciudadanos de pie para esconder míseras cantidades del escrutinio de la Administración y los que quieren evitar ser controlados por el Estado. No falta mucho para que el dinero en efectivo desaparezca para, como dicen con sus pomposas palabras, «erradicar el fraude». Y a partir de ese momento, ya será imposible esconder nada al escrutinio del Estado. Y lo que es peor, pasaremos a estar en sus manos como indefensos pájaros bobos. A partir de ese día, bastará que un funcionario con poder decida que se te bloqueen tus tarjetas de crédito y débito para que pases a ser un paria total, sin recursos si quiera para comprar comida. Y ahí estamos yendo. No os engañéis. Es así. Seremos unos títeres indefensos ante el Estado que va a decidir al cien por cien qué y cuándo vamos a hacer con nuestras vidas.

Son continuos los avances del Estado en esa dirección. Con las excusas que he citado van envolviendo nuestros cuerpos con una venda transparente y delgada imperceptible en cada vuelta, pero que ya está limitando nuestra libertad y cuyo último fin es nuestra esclavitud y total sometimiento a los poderes, sean gubernamentales o megacorporativos.

Y nuestra pasividad, como si de dóciles consumidores de soma fuéramos, nos está llevando a un lugar sin libertad y de difícil, si no imposible, retorno. Y da la sensación de que la gran mayoría ni siquiera se da cuenta. Dios mío, ¿qué estamos haciendo?

Dios mío, ¿qué estamos haciendo?

 

 

 

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